La envidia «sana»


El feo vicio de la envidia siempre me ha interesado. Cuando nos sentimos mal porque otra persona ha marcado un nivel superior al nuestro, y se ha elevado por encima de nuestra cabeza es porque tenemos envidia. Es así de fácil.

El envidioso se siente atacado y dañado. Siente que otra persona con el uso que hace de sus propios bienes, con el proyecto que desarrolla, con su arrolladora personalidad, con su mera presencia o… ¡con el hecho de haber nacido! le está humillando. De esa humillación, de ese daño moral, es de donde nace el odio del envidioso. Porque el envidioso siempre odia.

La envidia es una reacción incontrolable y absolutamente habitual frente a quienes valen, alcanzan o tienen más que nosotros. La envidia nace cuando al compararnos con ellos, nos vemos inferiores. Cuando tenemos envidia nos cuesta reconocer que el otro, ni nos ha quitado nada, ni nos ha hecho daño. El otro únicamente nos ha disminuido. Si ese no hubiera existido… ¡Yo hubiera vivido en paz contentándome con lo que tenía!

Eso es la envidia: ¡la cochina envidia! ¿Quién no ha sentido eso alguna vez?

La envidia mantiene una profunda relación con el juicio. Cuando envidiamos juzgamos. Si después de ese juicio nos sentimos inferiores, sólo nos quedan dos alternativas: odio o admiración. A diferencia del admirador, el envidioso no quiere tener las cosas o las cualidades que envidia: el envidioso sólo quiere dañar al envidiado. Las personas juiciosas son propensas a envidiar a aquellos que por resultado de la suerte, (o por ausencia de mala suerte) han alcanzado éxito o fortuna con muy poco esfuerzo.

El derroche, la ostentación y el lujo siempre excitan extraordinariamente la envidia. Es razonable pensar que el derrochador no valora las cosas que está malgastando. Como no las aprecia, no las merece y es injusto que pueda disfrutarlas. La envidia siempre tiende a igualar: todos abajo, pero eso sí: ¡todos iguales!

Además de con la prudencia, la envidia también mantiene una tradicional y sólida alianza con la mezquindad y la idiotez. El imbécil, -siempre concentrado y contento con sus inútiles trabajos- no puede entender ningún proyecto ambicioso. El cutre y miserable sí que alcanza a entender los grandes proyectos pero como desmerecerían los suyos no quiere que despeguen.

Por eso, el emprendedor siempre corre el riesgo de resultar envidiado. Cuando alguien opta por ocupaciones y trabajos superiores a los habituales resultará envidiado. Cuando alguien -gracias a su capacidad de asumir riesgos- se eleve sobre los demás, rara vez resultará admirado…

El emprendedor siempre corre el riesgo de resultar envidiado

He observado, que en su primer momento, la aparición de la envidia siempre toma desprevenidos a los jóvenes emprendedores. Cuando apenas consiguen comenzar a levantar su empresa, aparecen la envidia y los envidiosos… incluso infectando a alguna persona querida o cercana. Para que un emprendedor consiga convertirse en empresario tiene que ser capaz de conseguir conocer y acostumbrarse a la presencia de la envidia y al trato con los envidiosos. Pero… ¿Y cómo conseguirlo?

En mi opinión, el envidiado prácticamente no puede hacer casi nada. De forma preventiva siempre es aconsejable -ante gente prudente- evitar el derroche, la ostentación y el lujo. Ante miserables e imbéciles es mucho más difícil. Quizá lo mejor sea tratar de evitarlos o mentirles sobre el alcance real de nuestros propósitos. Lo que sí me parece importante es que el emprendedor comprenda y acepte que quien realmente tiene el problema es el envidioso. La envidia es el único de los vicios que no causa placer alguno al que lo padece. Es el vicio más absurdo, y quizá por eso también el más frecuente.

Pero… ¿Qué se puede hacer para combatir la envidia? El remedio de la envidia es sencillo y bien conocido: la envidia se elimina cuando el envidioso reconoce que la padece (con la idiotez pasa lo mismo). En ese momento, la envidia torna en admiración. Tan fácil de comprender como difícil de practicar: para librarnos de la envidia debemos pasar por la lamentable y humillante experiencia de reconocer que la padecemos. La envidia siempre expone al envidioso a un riesgo adicional: ¡resultar descubierto! No hay nada más infamante ni más ridículo que resultar tachado de envidioso.

Por eso se invento ese concepto falaz y absurdo: la “envidia sana”. ¡No existe “envidia sana”!. “Envidia sana” sólo es el nombre que le dan a la “cochina envidia” quienes no quieren reconocer que han resultado infectados por este asqueroso vicio. “Envidia sana” sólo es el nombre que le dan a la envidia los que han resultado descubiertos y no quieren curarse.

Todos en algún momento hemos aparentado tener “envidia sana”.

envidia

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Acerca de Anibal

Ingeniero Industrial egresado en 2007, Viajero de corazón y trabajador de hobbie. Soy Instructor certificado de la Secretaria de Trabajo y Previsión Social. Mi frase, "Sin prisa pero sin pausa" y como viajero coincido en el hecho de "Viajar es la única cosa que puedes comprar, que te hace mas rico"